miércoles, 28 de julio de 2010

Quiero un chip antisecuestro para que suene cuando no me encuentre, para que suene cuando a veces cierro los ojos entre una turbulenta carcajada exhalando humo denso de mi boca.

Quiero un chip antisecuestro para hablarme cuando no me escucho, cuando pienso sin saber qué cosa. Lo quiero para bajar a la realidad por un segundo y dejar de perderme en los volcanes activos rellenos de lava hirviendo. Quiero dejar de irme por los abismos peligrosos en las planicies de nieve que están al borde del Everest, porque me asusta la altura y la pronunciada caída libre desde la punta hasta los congelados cadáveres que ahí han quedado.

Quiero un chip antisecuestro porque la vida es dura y la gente nunca me encuentra cuando quiero estar con ella. Quiero dejar mi rastro como sea, saber que me encuentran aunque yo esté perdida. Lo quiero para que los malditos que quieran violarme una noche de angustia en el D.F. queden con la cara negra de sangre coagulada, castrados gimiendo ante su primer derrota. Quiero quemar vivo al que me siga no sabiendo su suerte, no sabiendo de su divertida muerte.

martes, 20 de julio de 2010

"El bicho"

Una cosa es pensarlo y otra hacerlo. La verdad no sé si me atrevería a matar a una persona; la vida de un ser humano, en el momento en que asesina por primera vez, jamás vuelve a ser la misma. Yo aún recuerdo la vez que maté a un gato, nunca he podido olvidar la horrible sensación de verlo muerto entre mis manos: era muy chico y mi mamá había adoptado al animal ya algo grande. Casi siempre se escondía debajo de un trastero. Sólo sacaba la pata de vez en cuando para acercarse los pedazos de carne que le dejábamos en el piso. Si pasabas cerca de ahí, te aventaba la mordida sin que te dieras cuenta.

De aquellas tardes de juegos, una vez estando con Víctor decidimos sacarlo a jugar...

-- ¡Órale, "teto", no lo dejes escapar! ¡Arrincónalo!
-- ¡Pérate que corre bien rápido!

El gato corría desorientado por todos lados del patio donde vivíamos, no hallaba escondite seguro. Nosotros mejor que nadie conocíamos la preciada vecindad.

--¡"Vítor", ahí te va, no dejes que se te escurra entre las piernas! ¡Tápale, tápale! ¡Ja, ja, ja, ja! 

Chocaba con las paredes, con ventanas cerradas de la casa, con las piernas y manos de mi hermano, estaba siendo ridiculizado después de haberse creído tan salvaje oculto debajo del trastero.

-- ¡"Teto", se te escapa el pinche gato, va para allá atrás!
--¡Híjole! ¿¡Viste dónde se metió!?
--Vamos a ver

Al fondo se encontraban afiladas cubetas de chapopote a medio tapar con páginas viejas de periódico; el gato sin saber que la superficie no era segura, cayó al instante dentro de una. La desesperación me entró luego luego de verlo ahogándose todo lleno de negro encima de su pelo negro también: sabía que se nos iba el bicho. Quise salvarlo, pero gemía irremediablemente, vomitaba más y más negro, todo negro, anunciando la muerte.

--¿Ora qué hago?-- pregunté como para dentro, Víctor yacía sentado cuidando que nadie se diera cuenta.

No tuve opción, con las dos manos le rodeé su ahora visiblemente más delgado cuello. Apreté con los ojos cerrados aguantando rasguños y los gritos del animal, hasta que de pronto un silencio arrasó con la tarde cristalina de primavera. Lo dejé ahí tirado, viéndolo por última vez tiezo y pequeño, yo con las manos sucias, Víctor anunciando la llegada de mamá.

--Métanse que ya está oscuro allá afuera-- dijo mientras la seguíamos en plan de confidencia.

Nosotros esperábamos sentados en la mesa mientras ella lavaba los trastos.

-- De veras, ¿dónde está el bicho? no me está arañando como es su costumbre.