viernes, 31 de diciembre de 2010

De bicis y encontronazos

Existen toda clase de ciclistas: los profesionales, aquellos que se distinguen por su buen porte, los cascos, las gafas, las bicicletas más livianas que sus piernas solas. Luego destaca la gran multitud de aficionados: quienes por lo regular no usamos casco, compramos la bici que nos sea útil nada más para andar, no como deporte, sino como una manera de despegar los pies de la tierra. Por último están los que usan la bicicleta como medio de transporte. Estos últimos son chalanes, repartidores, etc., y siempre andan a las prisas. Pues bien, nosotros los aficionados disfrutamos de la bici como nos sea posible. Disfrutamos las personas, los paisajes y no vamos muy atentos en los cambios de velocidad, en si debemos apresurar la marcha; a veces pareciera que pasamos a ser parte de la bici, como un ser con torso humano y patas de rueda.
Últimamente la fiebre por las bicicletas para dos personas ha vuelto. Son tentativa para nosotros, los aficionados, que gozamos de utilizar tantas bicis como nos sea posible aunque no sepamos nada de comodidad, estabilidad, arranque, freno... y veamos las consecuencias:
Han sido tan populares éstas de las que hablo, que ayer por la tarde, entusiasmada por la idea de divertirme con un amigo igual de iluso que yo, caímos en la tentación. El control de la bici se vuelve tedioso los primeros minutos, pero luego llega la calma, el confort, el papaloteo, las pláticas sinsentido, las risas, las bromas, los volantazos. Todo viene incluído. De los aficionados no depende casi nunca que nos atropeyen. Son los que usan la bicicleta como medio de transporte los que no miden consecuencias. Sólo piensan en llegar a su destino en el menor tiempo posible.
En ésa situación nos encontramos. La curva, la salida de la vereda fue un éxito, yo de pronto divisé a uno de ellos acercarse sin deseos de frenar hacia la misma dirección que nosotros. En vano los gritos de mi compañero: ¡Frena, frena, Luz, frena! cuando quise frenar, hundirlo hasta el fondo, el muy maldito no respondió. No escaparon mis manos a tiempo del manubrio. Volé, luego caí. Mi boca, mi boca con el labio abierto, el diente roto, ¡mi boca!.
No me lastimé, no tengo que preocuparme, hay remedio. Sólo puedo decir que esto de ser un conductor aficionado, si bien nos libera de muchos formalismos, se vuelve un problema cuando nos enfrentamos contra aquellos que no disfrutan el paseo, porque creo, esos no llevan ni siquiera frenos. Da igual si los usan o no. Pude haber muerto y el tipo aquél en este momento estaría roncando en su cama, pero la suerte (aunque no lo parezca) me acompaña.


(Por fin un pensamiento optimista)

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