sábado, 22 de enero de 2011

Me cortaron el cordón umbilical demasiado pronto. Yo debí haber nacido esa mañana y descansar aún unida a mi madre por la tarde. No fue así: en cambio, de golpe el tijeretazo cerquita de mi todavía no formado ombliguito hundido. Ahora, en estos días lejanos a aquella época, me he sentido casi obligada a pertenecer, a ser parte de alguien, aunque ya no sea mi madre. Pero sin el lazo físico, sin la carne que nos una, todo se complica porque andan unos y otros separados aunque se sientan cercanos... Frecuentemente había intentado crear un aparato que nos obligara a andar juntos, sin resultados positivos, hasta hace poco.

Mi primer experimento fue con un perrito que tuve en la niñez; lo quise tanto, tanto... Pasados los años, el pobre se fue deteriorando y yo no lo quería lejos y abandonado, fue entonces que mezclé varios pegamentos ultrapotentes, como la etiqueta mencionaba, hasta formar una masa fuerte de olor y consistencia. La unté con lentitud y un asco enorme sobre mi pancita y rápidamente jalé a Rex contra ella. Quedamos pegados, como siempre quise, pero sus pelitos poco a poco eran lo único que en mí quedaba. Del puro pellejo después se sostenía y pensaba más y más a prisa que eso no había sido una buena idea. Luego comenzaron los lloriqueos del animal, hasta que enrojecida su piel, quedó pegada a mi panza y él se desplomó de golpe contra el piso. El llanto llamó la atención de mis padres que a grandes saltos y corretizas llegaron hasta mí. Para ninguno de los dos fue un acto cruel, entendieron mi amor por el perro y lo curaron. El problema fue quitarme todo el pegamento de encima, igual tuvimos que desprender algunos retazos de piel.

Con el paso del tiempo han logrado evolucionar mis inventos y hoy tengo uno que estoy segura, funcionará a la perfección. Es una máquina con motor de vapor. Cualquier líquido la hace funcionar: se inserta la agujita que está en la punta del artefacto lo más profundo que se pueda dentro del orificio al que llamamos ombligo, cuando se sienta un piquetito paramos. Se vierte el agua por la ranura de arriba, como las licuadoras y se enciende oprimiendo el botón "on". Luego, con mucho tacto y carisma, pedimos a quien queremos ser unidos, que realice la misma operación en su ombliguito y cuando ya ambos están conectados, la máquina intercambiará iones electromagnéticos del uno para transmitirlos al otro. La cosa es gradual, en las primeras semanas parecerá incómodo estar unidos todo el tiempo, pero luego, al cabo de unos meses, ya habiendo intercambiado iones electromagnéticos tanto como sea posible, aparecerán los primeros rasgos distintivos.

Al verse al espejo uno, verá que ya no es el mismo, sino que se ha transformado en el otro y lo mismo sucederá para el contrario. Ésa es la señal indicativa de que el proceso ha concluido. Con un martillo se destruye la máquina, pues si se corta, no sirve de nada. El punto es que dentro de la maquinaria, gracias al intercambio de iones, los dos ombligos se extraen y se unen y el alimento de uno se convierte en la comida del otro. A partir de aquí todo es complicado. No necesariamente los relojes biológicos de ambos marcharán al mismo compás. Aunque uno no tenga hambre, tiene que comer porque el otro puede convalecer en cualquier segundo. Y viceversa.

Las repercusiones varían: lo peor es que ambos tenderán a engordar de manera sobrenatural, pero seguirán juntos hasta que la muerte los separe. Porque si en algún momento uno requiere libertad y corta el cordón tajantemente, uno de los dos, no se sabe cual, morirá. Es un juego de azar, pero el amor siempre es más grande y pesado que cualquier problema. Yo estoy unida de nuevo a un cuerpo igual de solitario que el mío y nos alivia encontrarnos cada mañana sabiendo que jamás, jamás volveremos a estar solos, aunque tal vez siempre querramos estar con alguien más.

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