domingo, 23 de mayo de 2010

La ventana (II)

A Papá

Reviví un lúcido recuerdo donde casi al término de la calle se encuentra un hogar.
La fachada es de un color viejo, parecido al salmón. Tiene escaleritas junto al balcón que desde lejos aprecio.
Por fin llego. Un pajarito amarillo está tras las rejas de una jaula de alambre coloreado de rojo. Se pasea, sostenido por sus patitas, de uno en uno, sobre los asimétricos barrotes.
Es un lugar de nostalgia intachable. No hay nadie en casa, un mosquitero de yute verde se abre al tiempo que lo empujo casi sin tocarlo.
La casa huele a caldo recién sazonado. Una salita a la izquierda, forrada de plástico roído por doquier. Luego a la derecha (vista que tengo, inmóvil, bajo el marco de la puerta) un pasillo obscuro: al fondo una habitación sin puerta, sólo con una cortina. De éste proviene una fragancia peculiar, a colonia de aquellas que mi padre solía utilizar.
No hay nadie, lo sé. Estoy en donde pertenezco, o es acaso que aquí me pertenece. Todo esto me pertenece, porque sólo a mí me ha llamado a entrar. Y en él, se vuelcan imágenes, dibujos de libros de texto, la ventana desde donde dos osos de nube ruedan por la montaña, con patas alargadas. Me siento de pronto en el sillón individual, con vista a la calle. Todo es perfecto, aquí, en este recuerdo perdido que hoy no decidí dejar escapar.

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